No sé si tengo la certeza de que no vas a fallarme.
No se trata de expectativas, sino de la idea irrevocable de que eres todo lo que quiero sentir.
Sin tener que atarme.
No sé si lo que encuentro cualquier viernes por la noche es mi “yo” más vulnerable intentando buscarte.
No es que te quiera, es que sé que eres la manera y la forma de entenderme.
He perdido la cuenta de las canciones que me suenan a ti; de las Revoluciones mentales cuando noto que te escapas.
Que te desatas. Que me estás matando.
Joder, qué manera tan bonita de morir.
Nunca hubiera imaginado que un par de ojos, fueran a ser mis puñales. Que me quemo si me miras.
Ya sabes cómo.
Eso es lo que me mata. Que lo sabes. Que no tengo que decirte nada porque a veces,
las palabras, se deshacen.
Que sabes, también, que me he tirado meses matando monstruos con forma de ausencia
y vasos rotos. Y he acabado optando por clavarme tus cristales, hasta darles forma debajo de la piel.
Sabes de sobra que el verbo “significar” se me ha hecho grande y tú, aún así, te empeñas en colarte y en empañar todas las ventanas que no dan a tus patios interiores.
Cómo voy a callarme.
Cómo te crees que voy a poder dejar de escribirte; si hablo siempre de lo mismo porque otra cosa no me sale.
Si me he acostumbrado a hablar de ti, aún incluso cuando no quiero escucharme.
Ya sabes qué.
Cómo me mata que ya lo sepas…
Eso de que soy tan independiente de los sentimientos, que todo lo interiorizo y lo transformo en mariposas para que no me duela y luego,
hasta el más mínimo detalle me rompe y me revienta las arterias.
Imagínate cuando dicen tu nombre.
Estoy agotada de este vaivén de flores.
De ser incapaz de mirar al dolor y enfrentarme. Me canso de depender de estímulos gratificantes, y de encontrar la luz hasta en las cosas que se pudren.
Me agota y a la vez me encanta.
No salgo de mis contradicciones.
Veo todo treinta y seis horas antes de que pase.
Te escucho venir, al mismo tiempo que veo cómo vuelves a irte.
Qué irónico saberlo y no poder frenarte.
No sé qué puedo hacer,
si me he acostumbrado a tu forma de tocar el aire y a compartir miradas;
al gris de tu sombra y a toda esa puta movida, tan preciosa, que guardas.
Me he quedado sin ideas.
Así que, supongo que empezaré por dejar de destruirme
cada vez que te tenga delante,
y no sea yo a quien mires.