No hay nada más acelerado para mis propios estímulos que atender a la decadencia de todo aquello que se tiene como establecido, ni nada más bello que percibir el vértigo que provoca el desenfreno emocional que siento cuando pongo un pie en tus aguas inmensas.
En ocasiones, me pregunto si aquella descompostura será innata en cada uno de ustedes como lo es en mí, tratándose de una sensación que todavía a día de hoy no he logrado poner sobre un papel de una manera concisa y sobria.
Puede que me sobren comas y me falten puntos en este texto que corriendo se va escribiendo de la nada y que todavía refleja un poder oculto que algo tiene que ver con no hablar de nada, con no albergar ningún tipo de significado más allá de las palabras que en esta página van apareciendo.
Lo mismo ocurre contigo, lo mismo ocurre con aquél lugar que me provoca ese magnetismo del que intento no esconderme o el que no voy a disimular en estas líneas. El mismo que trato elucidar y nadie parece concebir.
¿Cómo puede ser que un lugar inspire tanto pánico y a la vez parezca el único donde la objetividad se representa en sí misma excéntricamente real?
Porque si todavía no ha podido intuirse, pueden ustedes frecuentar de nuevo la premisa y la posibilidad cercana de que hablo de un lugar concreto.
Un sitio poco perdido y egoístamente hermoso, un lugar donde quizás todas estas palabras sean yo misma, y no sea yo misma de la que hablo aquí cuando estuve en él. O quizás sí.
Que horror por favor. Que manera de escribir tan retorcida sin fin alguno